Jerónimo Lynch es el dueño de la funeraria El descanso eterno y su empresa atraviesa serios problemas financieros y ha contraído una deuda que no puede pagar por la que el banco acreedor amenaza con rematar el edificio donde tiene montado su negocio. Lynch arrastra una pena de amor ya que Isabel, su esposa, abandonó inexplicablemente el hogar dejándolo solo con el niño que entonces contaba dos años y la mala situación económica que atraviesa ha incrementado su carácter hosco y retraído por lo que desatiende a su hijo adolescente concentrándose únicamente en su trabajo de preparar los cadáveres para dejarlos “lindos” ante la vista de los asistentes a los funerales, tarea en la que es asistido por Javier, su fiel empleado desde hace muchos años.